Un loable ejemplo del uso de la música para crear atmósfera y también verosimilitud es la de Cliff Martinez en The Knick, la serie norteamericana con dos temporadas ya (2014-2015) ambientada a principios del siglo XX y que cuenta las vidas del personal del hospital de Nueva York Knickerbocker (además de recordarnos el nacimiento del eugenismo, los principios de la cirugía moderna, de las enfermedades como las adicciones, las epidemias, la sífilis…)
Es una música electrónica, rave, dodecafónica, “rara”, atemporal, totalmente alejada del tiempo histórico en el que ocurre la acción. Ese distanciamiento produce un contraste emocional que nos mete de lleno en el mundo que describe, dándole, curiosamente, verosimilitud. La sensación es la de como si estuviéramos «soñando» (viendo de lejos pero a la vez implicados) lo que podría haber ocurrido en ese hospital en ese momento, en realidad.
Una muestra espléndida de que “el contraste” tan necesario en cualquier exposición dramática se aplica también a la música. La banda sonora no tiene porque ser descriptiva, “explicativa”, ser un relleno, sino tal como ocurre en The Knick, un elemento dramático que construye, a su vez, el relato.