¿Habéis visto alguna vez a un gato siamés hacer desaparecer 1kg y medio de rosbif?
Yo sí.
Los gatos siameses son unos magos ilusionistas de primera. Igual consiguieron esa capacidad en el antiguo Egipto cuando eran los encargados de custodiar los tesoros guardados en las cámaras reales de las pirámides. A lo mejor, hasta aprendieron a despistar algún que otro tesoro que ahora pudiera estar a buen recaudo en el banco de los gatos listos. Quien sabe.
Lo que sí es un hecho comprobado, es que Blanqui, mi gata siamesa, como si de una gran maga ilusionista se tratara, fue capaz de hacer desaparecer, ante nuestras narices, un kg y medio de un gordo y pesado trozo de carne. Fue una proeza de las que deben pasar a los libros de Historia de las proezas de las gatas. Y aquí la cuento.
Un día mientras me disponía a cocinar un rosbif, dejé el kilo y medio de carne de vacuno que iba a utilizar, encima de la nevera dentro de una bandeja blanca de cerámica, honda, de esas que tienen un borde como de unos tres dedos de ancho. Se trataba de un corte redondo, bien poco discreto, rojo y jugoso. Enorme. Lo dejé en ese lugar precisamente para que la gata no pudiera alcanzarlo mientras se calentaba el horno y yo iba y venía en otros quehaceres. Una precaución inútil. Una vez el horno estuvo listo fui a buscar la bandeja con la carne cuando, ante mi total asombro, el rosbif había desaparecido sin dejar huella.
A pesar de que la gata era la principal sospechosa era difícil creer que hubiera conseguido bajar el pedazo de carne, tan grande como ella, de lo alto de la nevera hasta el suelo (unos dos metros aprox. de desnivel) sin hacer ruido, sin mover un ápice la bandeja y sin dejar rastro, es decir, sin que ninguna gota de roja sangre le delatara.
Perpleja, avisé a mis amigos, les conté lo sucedido y anduvimos un buen rato buscando el pedazo de carne por los lugares más insospechados y locos: el bolso, los armarios de la cocina, los roperos, los del lavabo, bajo las camas… pero nada. Sólo teníamos a una sospechosa, la gata, y empezamos a buscarla. Curiosamente había desaparecido. La acabamos encontrando bajo el sofá. Un lugar en el que, por cierto, ya habíamos revisado varias veces, sin haber visto nada.
Blanqui, estaba escondida bajo el mueble, al fondo, en un rincón, inflada como un pavo, toda ella como una bola de pelo marrón clarito, bien peinado. Ahí permanecía, callada, mirando hacia el infinito, despistando, sin responder a ninguno de nuestros estímulos: metimos el brazo bajo el sofá, luego la escoba, luego el palo del aspirador… pero en vano. Finalmente una zapatilla bien dirigida a ras de suelo, la hizo saltar y salir corriendo. Encontes supervisamos la zona pero no supimos encontrar rastro alguno del rosbif. ¿Qué podría haber pasado? Aunque su voracidad era pareja a su gordura, costaba de creer que se hubiera metido entre pecho y espalda más de un kg de carne cruda en tan poco espacio de tiempo. ¡Era tragona, sí, pero no tanto! No recuerdo como llegamos a levantar el sofa, quizá fue en el calor de la discusión sobre su capacidad de engullir no sé, pero lo acabamos haciendo, lo sacamos de su sitio y dejamos al descubierto todo el espacio. Y ahí, muy cerca de donde había estado la gata, unos centímetros más hacia la esquina, colocado en un ángulo rarísimo, estaba el enorme rosbif, sano y salvo, sin ninguna dentellada aparente.
No se había comido toda la carne como era lógico, pero ¿cómo había sido capaz de bajar todo ese pedazo de vacuno crudo de la alta nevera y esconderlo bajo el sofá en esa esquina y en ese ángulo tan extraño? Y lo que era más extraordinario, como había podido conseguir que no lo viéramos hasta que no levantamos el sofá… Literalmente nos había dado “el esquinazo”.
No tuve explicación para ese maravilloso hecho hasta años después cuando los magos-ilusionistas me enseñaron lo que era la “misdirection”.
La “misdirection” consiste en dirigir la atención del espectador hacia otro lugar.
Lo mismo que había hecho mi gata siamesa. Blanqui utilizó la “misdirection” cuando nos hizo creer que se había comido el rosbif, hinchada y con cara de culpable, mientras mantenía el trozo completo, justo a su lado, (ni siquiera detrás) camuflado en la esquina, en un lugar que el cerebro humano había descartado de antemano “puesto que ahí nunca podría haber habido un rosbif” ya que era un lugar fuera de lo habitual, y por lo tanto “imposible” y descartable. El lugar perfecto donde un tonto humano no miraría nunca.
¡Qué gran maga!
En el relato dramático también se usa la “misdirection”, literalmente, cuando se lleva al protagonista hasta una acción concreta esperando que sea la solución a su problema pero que no tan sólo resulta no serlo sino que abre un nuevo camino, creíble pero inesperado, y así hasta llegar a la escena climática, poco antes del final, donde se pone a prueba la única acción posible que le queda al protagonista.
La “misdirection” se produce porque nuestro cerebro no es tan listo como creemos. Es perezoso y utiliza “shortcuts”, el camino más trillado, simplemente para ahorrar energía. Si ya conocemos el sendero y sabemos donde nos lleva ¿por qué coger otro?. Tiene su lógica.
Los atajos que usa nuestro cerebro son prácticos pero no por eso certeros. Se equivoca y mucho.
No te fíes de lo que tu cerebro te muestre. Déjale pensar pero luego revisa el proceso, sigue el camino al revés. Comprueba.
A nuestro perezoso cerebro sólo lo sacamos de los “lugares comunes”, usando la creatividad que es lo único que permite superar esa tendencia biológica al mínimo esfuerzo.
De mi gata siamesa aprendí que es bueno, de vez en cuando, olvidar nuestro punto de vista de humano y “pensar como los gatos” 😉